Traducción propia del artículo Call climate change what it is: violence de Rebecca Solnit para The Guardian.
Agitación social y hambrunas, supertormentas y sequías. Lugares, especies y seres humanos… ninguno se salvará. Bienvenidos a «Occupy Earth».
Si eres pobre, la única manera en la que podrías hacer daño a alguien es a la vieja usanza. Podríamos llamarla violencia artesanal: con las manos, con un cuchillo, con una porra, o quizás violencia directa moderna: con un arma de fuego o un coche.
En cambio, si eres increíblemente pudiente, puedes provocar una violencia a escala industrial sin realizar labor manual alguna. Puedes, digamos, montar una fábrica de talleres clandestinos que se derrumbará en Bangladesh y matará a más personas que ni el asesino en serie más eficaz ha matado jamás, o podrías calcular el riesgo y el beneficio de tener en el mundo venenos y máquinas peligrosas, como los grandes fabricantes hacen todos los días. Si eres el líder de un país, puedes declarar una guerra y matar a cientos de miles o millones. Y las superpotencias nucleares (Estados Unidos y Rusia) tendrían aún la opción de destruir gran parte de la vida en la Tierra.
También la tienen los señores del carbón. Sin embargo, cuando hablamos de violencia, casi siempre lo hacemos sobre la violencia desde abajo, no desde arriba.
O al menos eso fue lo que pensé cuando la semana pasada leí un comunicado de prensa de un sitio sobre el clima que anunciaba que «los científicos dicen que hay una relación directa entre los cambios en el clima y el aumento de la violencia». Lo que en realidad dijo la comunidad científica, en un artículo de Nature hace dos años y medio que la prensa no cubrió tanto, era que se producía un mayor número de conflictos civiles en los trópicos en los años en los que sufrían a El Niño, y que puede que estos aumentaran, haciendo así de nuestra era de cambio climático una era también de conflicto civil e internacional.
El mensaje es que la gente de a pie se comportará mal en una era de cambio climático intensificado.
Todo esto tiene sentido, a no ser que vuelvas a la premisa y te des cuenta de que el cambio climático en sí es violencia.
Una violencia extrema, horrible, interminable, universal.
El cambio climático es antrópico, es decir, que está causado por humanos. Por unos mucho más que otros. Sabemos las consecuencias de ese cambio: la acidificación de los océanos y el declive de muchas especies que viven en ellos, la lenta desaparición de países insulares como las Maldivas, aumento de las inundaciones, sequías, pérdidas de cosechas que llevan al aumento del precio de los alimentos y la hambruna, condiciones climáticas cada vez más turbulentas… (Pensemos en el Huracán Sandy y el reciente tifón en Filipinas, y en las olas de calor que matan a decenas de miles de personas mayores.)
El cambio climático es violencia.
Así que, si queremos hablar de violencia y de cambio climático (y estamos hablando de ello ahora por el terrorífico informe de la semana pasada de los mejores científicos climáticos del mundo) entonces hablaremos del cambio climático como violencia. En vez de preocuparnos de si la gente normal y corriente reaccionará de un modo turbulento a la destrucción de sus medios de subsistencia, preocupémonos de esa destrucción… y de su supervivencia. Por supuesto que la falta de agua, la pérdida de cosechas, las inundaciones y demás provocarán una migración masiva y refugiados climáticos (ya lo han hecho) y esto nos llevará al conflicto. Esos conflictos ya están empezando.
Podemos ver la Primavera Árabe, en parte, como un conflicto climático: el aumento del precio del trigo fue uno de los desencadenantes de esa serie de revueltas que cambiaron la cara del extremo norte de África y de Oriente Medio. Por una parte, puedes decir: «Ojalá que esa gente no hubiera estado hambrienta en primer lugar». Por otra, ¿cómo puedes no decir «Qué bien que esa gente se rebelara contra su privación de sustento y esperanza»? Y entonces tienes que mirar hacia los sistemas que crearon esa hambre: las abismales desigualdades económicas en lugares como Egipto y la brutalidad con que reprimen a las personas de más bajo nivel social, además del clima.
La gente se rebela cuando sus vidas se vuelven insoportables. A veces la realidad material crea esa intolerabilidad: sequías, plagas, tormentas, inundaciones. Sin embargo, la comida y la asistencia sanitaria, la salud y el bienestar, el acceso a una vivienda y una educación… Estas están también gobernadas por los poderes económicos y las políticas gubernamentales. Y esto era contra lo que luchaba la revuelta llamada Occupy Wall Street.
El cambio climático aumentará el hambre mientras los precios suben y la producción de alimento flaquea, pero ya tenemos hoy hambre extendido por toda la Tierra, y la mayor parte no se debe a errores de la naturaleza y los granjeros, sino a los sistemas de distribución. Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, casi 16 millones de niños en el país viven con hambre hoy en día, y no se debe a que la vasta y agrícolamente rica tierra de Estados Unidos no pueda producir lo suficiente para alimentarnos a todos. Somos un país cuyo sistema de distribución es un tipo de violencia en sí mismo.
El cambio climático no va a traer consigo una era de distribución equitativa de repente. Sospecho que la gente protestará en el futuro próximo contra lo que protestaron en el pasado: las injusticias del sistema. Deberían protestar, y deberíamos alegrarnos de que lo hagan, si bien no tanto de que necesiten hacerlo (y esperemos que reconozcan que la violencia no es, necesariamente, donde reside el poder).
Uno de los eventos que instigó la Revolución Francesa fue la pérdida de las cosechas de trigo en 1788, lo que provocó que el precio del pan se disparara y los pobres pasaran hambre. A menudo se considera que la protección contra estos eventos es la de ser más autoritario y amenazar más a los pobres, pero eso solo es un intento de tapar aquello que está hirviendo y desbordándose; el otro modo es apagar el fuego.
La misma semana en la que recibí aquel torpe comunicado de prensa sobre la violencia y el clima, la compañía Exxon Mobil emitió un informe. Era una lectura aburrida, a no ser que puedas imaginar imágenes de las consecuencias de esos actos lucrativos a partir del soso lenguaje de negocios. Exxon decía que:
«Confiamos en que ninguna de nuestras reservas de hidrocarburos esté o vaya a estar «estancada». Creemos que la producción de estos recursos es esencial para satisfacer la creciente demanda de energía en todo el mundo.»
Los recursos estancados que se refieren a recursos de carbono (carbón, petróleo, gas aún bajo tierra) no valdrían nada si decidiéramos no extraerlos y quemarlos en el futuro próximo. Los científicos dicen que tenemos que dejar en la tierra la mayoría de las reservas de carbono del mundo si queremos sufrir una versión más suave del cambio climático en vez de una extrema. En esta versión suave sobrevivirán muchísimas más personas (y especies, y lugares). En el mejor de los casos, dañamos menos a la Tierra. En estos momentos ya estamos peleándonos acerca de cuánto devastar la Tierra.
Debemos fijarnos en la violencia sistemática y a escala industrial en todos los ámbitos, y no solamente en la violencia de los menos poderosos. No hay nada más cierto respecto al cambio climático. Exxon ha decidido apostar que no podemos hacer que la compañía deje las reservas bajo tierra, y está asegurando a sus inversores que continuará sacando provecho de la rápida, violenta y deliberada destrucción de la Tierra.
La destrucción de la Tierra es una frase ya muy gastada, pero traduzcámosla en el rostro de un niño hambriento y en un campo estéril, y ahora multipliquemos esto unos cuantos millones de veces. O pensemos en los pequeños bivalvos: vieiras, ostras, caracoles marinos del Ártico que hoy en día no pueden formar sus conchas en unos océanos cada vez más ácidos. U otra supertormenta destruyendo otra ciudad más. El cambio climático es violencia a escala global, violencia contra lugares y especies además de contra los seres humanos. Una vez lo llamemos por su nombre, podemos empezar a tener una conversación real sobre nuestras prioridades y valores. Porque rebelarse contra la brutalidad empieza rebelándonos contra el lenguaje que esconde esa brutalidad.